(Por Joackim nilsson)
AQUÍ TE ESPERO
Quienes hayan conocido al Español escrito con “Ñ”, serán conocedores de las características histórico filosóficas de este equipo. Un conjunto sobrio, con mucha historia, mucha exigencia, y al que siempre costó mucho trabajo ganar en El Molinón.
El encuentro de ayer fue el típico partido de esta segunda vuelta del Sporting, donde la clave es sumar lo que sea; tres puntos, un punto, o sensaciones, y si en San Sebastián sólo se sumaron sensaciones, contra el Español además de sensaciones se sumaron tres puntos.
Tres puntos que se hicieron esperar. Aunque ya desde el principio se vio que era una tarde de esperas. Donde el minuto de silencio se convirtió en eterno a la par que espectacular, y donde los sportinguistas hicieron de la espera su gran virtud.
Parece que se ha instaurado la moda del dominio infructuoso de la posesión de la pelota en el fútbol español. Ayer los pericos pusieron en práctica el mismo partido que jugó Osasuna 15 días atrás en el Templo. Y fíjense que el devenir y el resultado fue el mismo. Desconocíamos que la economía españolista no permitía sesiones de Cinexin. Con sólo una hubiesen sabido como iba a acabar el encuentro con ese planteamiento. Pero la crisis es así de cruel.
A todo ello contribuyó el “Decálogo del cinco argentino” puesto en marcha ayer por un Uruguayo de corte poco afable y que responde al nombre de Eguren. El charrúa firmó ayer su mejor partido con la elástica rojiblanca, no sólo en la contención, sino en la distribución y la llegada, sus, hasta ayer, asignaturas pendientes.
Así las cosas el primer tiempo se jugó como él quiso. Bueno y como quiso Hernández, y su “Manual de posicionamiento táctico defensivo”, con prólogo de Alberto Botía; ya a la venta en kioskos y librerías.
Tiene la virtud este Sporting de saber jugar estos partidos. Aguanta sin aguantar, sufre sin sufrir, corre sin correr, pero sobre todo, desespera al rival, y cuando lo tiene desesperado le asesta el golpe de gracia definitivo. A punto estuvo de hacerlo ya en el primer acto, cuando de las Cuevas se plantó en la frontal, adoptó la pausa de Iordanov, y soltó un pase dentro del área entre tres defensas, justó para una irrupción de Eguren que hubiera firmado el mismo Joaquín. La lástima fue que Kameni se hizo demasiado grande y el balón salió desviado de la portería del fondo sur.
Antes de eso el Templo había asistido a un recital de levantamiento de banderín en ataque sportinguista. Son ciertamente curiosos los últimos arbitrajes que sufre el Sporting. El empeño del trío justiciero por evitar las llegadas sportinguistas fue de tal enjundia que incluso Rubinos Perez ejerció de Orejuela para desbaratar una jugada de ataque local. Lo nunca visto.
El segundo acto transcurrió por los mismos derroteros. Con un control sin mucho control de los visitantes, y un poquito más de fútbol por parte de los locales. En ese momento irrumpió Nacho Novo, y el Sporting pasó a tener ese poquito más de mordiente que separa el empate de la victoria.
Todo empezó con la enésima pelea de Barral para evitar que la pelota saliera por la banda. Esa sutil diferencia fue suficiente para que el esférico llegara a Valdés, que mutado en Uría pusiera un balón al corazón del área a pierna cambiada que envenenó al segundo palo un mal despeje de la zaga españolista. Y allí se gestó la victoria. Ese tipo callado, sereno y sobrio, que responde al nombre de Nacho Novo metió la pelota como sólo Abel era capaz de hacerlo, y nadie sabe explicar como, simplemente el balón entró, con Kameni emulando a Zape, y con una parroquia gijonesa que ya comienza a tener ese grado de confianza desconocido antaño en el que parece que no existen los problemas y que el gol llegará pase lo que pase.
Si un gol en El Molinón siempre es una explosión de júbilo, el de ayer vino además acompañado de un sentimiento de unidad, vislumbrado muchas veces pero plasmado tristemente por motivos fúnebres. El abrazo de todos los jugadores con su técnico significa muchas cosas. Pese a quien pese, y duela a quien duela.
De ahí al final el guión previsto. O sea nada. Salvo el enésimo detalle de golpeo de balón de Sangoy que a punto estuvo de suponer la sentencia, un regate de fantasía de Novo en la línea de fondo, y un aquí te espero desesperante para los visitantes y que sigue causando estupor en las gradas rojiblancas. Cinco partidos consecutivos sin encajar un gol como local está al alcance de muy pocos, concretamente esta temporada de nadie, y precisamente esa fortaleza permite asomarse a la salvación antes que otros muchos. O quizás antes que nadie. Habrá que esperar. Pero parece que queda muy poca espera.
Quienes hayan conocido al Español escrito con “Ñ”, serán conocedores de las características histórico filosóficas de este equipo. Un conjunto sobrio, con mucha historia, mucha exigencia, y al que siempre costó mucho trabajo ganar en El Molinón.
El encuentro de ayer fue el típico partido de esta segunda vuelta del Sporting, donde la clave es sumar lo que sea; tres puntos, un punto, o sensaciones, y si en San Sebastián sólo se sumaron sensaciones, contra el Español además de sensaciones se sumaron tres puntos.
Tres puntos que se hicieron esperar. Aunque ya desde el principio se vio que era una tarde de esperas. Donde el minuto de silencio se convirtió en eterno a la par que espectacular, y donde los sportinguistas hicieron de la espera su gran virtud.
Parece que se ha instaurado la moda del dominio infructuoso de la posesión de la pelota en el fútbol español. Ayer los pericos pusieron en práctica el mismo partido que jugó Osasuna 15 días atrás en el Templo. Y fíjense que el devenir y el resultado fue el mismo. Desconocíamos que la economía españolista no permitía sesiones de Cinexin. Con sólo una hubiesen sabido como iba a acabar el encuentro con ese planteamiento. Pero la crisis es así de cruel.
A todo ello contribuyó el “Decálogo del cinco argentino” puesto en marcha ayer por un Uruguayo de corte poco afable y que responde al nombre de Eguren. El charrúa firmó ayer su mejor partido con la elástica rojiblanca, no sólo en la contención, sino en la distribución y la llegada, sus, hasta ayer, asignaturas pendientes.
Así las cosas el primer tiempo se jugó como él quiso. Bueno y como quiso Hernández, y su “Manual de posicionamiento táctico defensivo”, con prólogo de Alberto Botía; ya a la venta en kioskos y librerías.
Tiene la virtud este Sporting de saber jugar estos partidos. Aguanta sin aguantar, sufre sin sufrir, corre sin correr, pero sobre todo, desespera al rival, y cuando lo tiene desesperado le asesta el golpe de gracia definitivo. A punto estuvo de hacerlo ya en el primer acto, cuando de las Cuevas se plantó en la frontal, adoptó la pausa de Iordanov, y soltó un pase dentro del área entre tres defensas, justó para una irrupción de Eguren que hubiera firmado el mismo Joaquín. La lástima fue que Kameni se hizo demasiado grande y el balón salió desviado de la portería del fondo sur.
Antes de eso el Templo había asistido a un recital de levantamiento de banderín en ataque sportinguista. Son ciertamente curiosos los últimos arbitrajes que sufre el Sporting. El empeño del trío justiciero por evitar las llegadas sportinguistas fue de tal enjundia que incluso Rubinos Perez ejerció de Orejuela para desbaratar una jugada de ataque local. Lo nunca visto.
El segundo acto transcurrió por los mismos derroteros. Con un control sin mucho control de los visitantes, y un poquito más de fútbol por parte de los locales. En ese momento irrumpió Nacho Novo, y el Sporting pasó a tener ese poquito más de mordiente que separa el empate de la victoria.
Todo empezó con la enésima pelea de Barral para evitar que la pelota saliera por la banda. Esa sutil diferencia fue suficiente para que el esférico llegara a Valdés, que mutado en Uría pusiera un balón al corazón del área a pierna cambiada que envenenó al segundo palo un mal despeje de la zaga españolista. Y allí se gestó la victoria. Ese tipo callado, sereno y sobrio, que responde al nombre de Nacho Novo metió la pelota como sólo Abel era capaz de hacerlo, y nadie sabe explicar como, simplemente el balón entró, con Kameni emulando a Zape, y con una parroquia gijonesa que ya comienza a tener ese grado de confianza desconocido antaño en el que parece que no existen los problemas y que el gol llegará pase lo que pase.
Si un gol en El Molinón siempre es una explosión de júbilo, el de ayer vino además acompañado de un sentimiento de unidad, vislumbrado muchas veces pero plasmado tristemente por motivos fúnebres. El abrazo de todos los jugadores con su técnico significa muchas cosas. Pese a quien pese, y duela a quien duela.
De ahí al final el guión previsto. O sea nada. Salvo el enésimo detalle de golpeo de balón de Sangoy que a punto estuvo de suponer la sentencia, un regate de fantasía de Novo en la línea de fondo, y un aquí te espero desesperante para los visitantes y que sigue causando estupor en las gradas rojiblancas. Cinco partidos consecutivos sin encajar un gol como local está al alcance de muy pocos, concretamente esta temporada de nadie, y precisamente esa fortaleza permite asomarse a la salvación antes que otros muchos. O quizás antes que nadie. Habrá que esperar. Pero parece que queda muy poca espera.
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