(Por Joackim nilsson)
TAN CERCA; Y SIN EMBARGO TAN LEJOS
Ha llegado el momento de la temporada donde el fútbol deja una parte importante a las matemáticas, y los aficionados hacen sus cábalas para saber las posibilidades reales de cumplir los objetivos deseados.
En esta lucha de números, creencias, posibilidades, tabúes, y sortilegios, lo cierto es que se nos olvida que los encuentros hay que disputarlos, y que nada es blanco o negro en un partido de fútbol.
No hay duda de que unos cuantos aficionados quisieron ver a priori una especie de pacto de no agresión entre Levante y Sporting. Tal parecía que el partido se iba a desarrollar más o menos de la siguiente forma. Un destacamento de jugadores blaugranas se encontraría con otro formado por jugadores rojiblancos, bajo la atenta mirada del árbitro. Estrecharían sus manos con fuerza, se sentarían en una mesita de campo, y suscribirían un pacto de no agresión con la sangre del dedo anular del jugador más joven y del más veterano de la convocatoria. Todo ello con una pluma de pavo real para dar más solemnidad al asunto.
Sin embargo, los hechos no se desarrollaron de tal manera, ni mucho menos. Huyan de ese bulo que dice haber visto a Valdés despojándose del sable de uniforme de los Casacas Rojas justo antes del pitido inicial. El mayor formalismo que se pudo apreciar fue el de Quini señalando los cambios al cuarto árbitro. Por lo demás todo siguió el guión de la no agresión de una forma bastante tácita.
Y nadie negará, que la salida del Levante en su feudo y ante su afición tuvo la sana voluntad de hacerse con los tres puntos. Que se lo pregunten si no al bueno de Colinas, que tuvo que emplearse a fondo ante un disparo a bocajarro de Caicedo, o al sempiterno Hernández que con dos cruces providenciales desbarató la poca pólvora que los levantinos pusieron en juego.
Por parte sportinguista hubo aún menos, con un disparo lejano de Eguren por todo acercamiento, y un curso práctico de centrocuentismo a cargo del propio uruguayo, Rivera y de las Cuevas.
Con tales condicionantes se llegó al descanso, y lo cierto es que la escena de tregua propia de la Guerra de Secesión antes apuntada, bien pudo darse en el vestuario del Ciudad de Valencia, toda vez que en la reanudación el partido desapareció para sus adentros, transformándose en una especie de concurso de errores no forzados, con premio de un punto para el caballero.
Lo anterior fue aún más acusado con el transcurso de los minutos; instaurándose el aburrimiento en el Estadio, sólo interrumpido por las chanzas y los latiguillos de ambas aficiones, que, contagiados del tedio existente, prefirieron entregarse a la siesta de animación, antes que alimentar semejante pamema.
Los tres pitidos del árbitro fueron un soplo de aire fresco en la tarde valenciana. Un punto para ambos. 43 para los levantinistas, y 42 para los sportinguistas. En circunstancias normales esta puntuación supondría la salvación de ambos conjuntos y su emplazamiento para la temporada venidera. Sin embargo, esta temporada la tranquilidad está aún lejos, porque las posibilidades matemáticas se incrementan de manera inversamente proporcional a las posibilidades del Madrid de ganar el título.
Así las cosas, y para increíble solaz de muchos sportinguistas, los resultados de la jornada dejan al Sporting más cerca de la salvación, al sumar un punto más, pero más cerca del descenso, al restar un punto quien marca la caída al pozo. El hecho de que sea el Getafe quien ocupe dicha plaza parece que es suficiente justificación para que muchos sportinguistas continuemos sufriendo.
Así las cosas, el sábado se disputará una final contra el Deportivo de la Coruña. La victoria rojiblanca supondría la salvación, sin más. El empate puede acercarla, pero una derrota supondría un sufrimiento de tal calibre, que haría revivir antiguos fantasmas. Confiemos en que las cábalas se hagan estando salvados. El resto sólo supone alimentar los malos espíritus con una importante dosis de mal gusto, y sortear los turnos, las fichas y el tablero para una nueva edición del juego con fuego. Esperemos no tener que lamentarnos.
Eso sí. Si hay que elegir armas para el combate, no hay duda. Elegimos a Nacho Cases, a Andre Castro y a Miguel de las Cuevas. Si hay que jugar, al menos marquemos las cartas. Con tres ases puede valer. Y con tres puntos también. A por ellos.
Ha llegado el momento de la temporada donde el fútbol deja una parte importante a las matemáticas, y los aficionados hacen sus cábalas para saber las posibilidades reales de cumplir los objetivos deseados.
En esta lucha de números, creencias, posibilidades, tabúes, y sortilegios, lo cierto es que se nos olvida que los encuentros hay que disputarlos, y que nada es blanco o negro en un partido de fútbol.
No hay duda de que unos cuantos aficionados quisieron ver a priori una especie de pacto de no agresión entre Levante y Sporting. Tal parecía que el partido se iba a desarrollar más o menos de la siguiente forma. Un destacamento de jugadores blaugranas se encontraría con otro formado por jugadores rojiblancos, bajo la atenta mirada del árbitro. Estrecharían sus manos con fuerza, se sentarían en una mesita de campo, y suscribirían un pacto de no agresión con la sangre del dedo anular del jugador más joven y del más veterano de la convocatoria. Todo ello con una pluma de pavo real para dar más solemnidad al asunto.
Sin embargo, los hechos no se desarrollaron de tal manera, ni mucho menos. Huyan de ese bulo que dice haber visto a Valdés despojándose del sable de uniforme de los Casacas Rojas justo antes del pitido inicial. El mayor formalismo que se pudo apreciar fue el de Quini señalando los cambios al cuarto árbitro. Por lo demás todo siguió el guión de la no agresión de una forma bastante tácita.
Y nadie negará, que la salida del Levante en su feudo y ante su afición tuvo la sana voluntad de hacerse con los tres puntos. Que se lo pregunten si no al bueno de Colinas, que tuvo que emplearse a fondo ante un disparo a bocajarro de Caicedo, o al sempiterno Hernández que con dos cruces providenciales desbarató la poca pólvora que los levantinos pusieron en juego.
Por parte sportinguista hubo aún menos, con un disparo lejano de Eguren por todo acercamiento, y un curso práctico de centrocuentismo a cargo del propio uruguayo, Rivera y de las Cuevas.
Con tales condicionantes se llegó al descanso, y lo cierto es que la escena de tregua propia de la Guerra de Secesión antes apuntada, bien pudo darse en el vestuario del Ciudad de Valencia, toda vez que en la reanudación el partido desapareció para sus adentros, transformándose en una especie de concurso de errores no forzados, con premio de un punto para el caballero.
Lo anterior fue aún más acusado con el transcurso de los minutos; instaurándose el aburrimiento en el Estadio, sólo interrumpido por las chanzas y los latiguillos de ambas aficiones, que, contagiados del tedio existente, prefirieron entregarse a la siesta de animación, antes que alimentar semejante pamema.
Los tres pitidos del árbitro fueron un soplo de aire fresco en la tarde valenciana. Un punto para ambos. 43 para los levantinistas, y 42 para los sportinguistas. En circunstancias normales esta puntuación supondría la salvación de ambos conjuntos y su emplazamiento para la temporada venidera. Sin embargo, esta temporada la tranquilidad está aún lejos, porque las posibilidades matemáticas se incrementan de manera inversamente proporcional a las posibilidades del Madrid de ganar el título.
Así las cosas, y para increíble solaz de muchos sportinguistas, los resultados de la jornada dejan al Sporting más cerca de la salvación, al sumar un punto más, pero más cerca del descenso, al restar un punto quien marca la caída al pozo. El hecho de que sea el Getafe quien ocupe dicha plaza parece que es suficiente justificación para que muchos sportinguistas continuemos sufriendo.
Así las cosas, el sábado se disputará una final contra el Deportivo de la Coruña. La victoria rojiblanca supondría la salvación, sin más. El empate puede acercarla, pero una derrota supondría un sufrimiento de tal calibre, que haría revivir antiguos fantasmas. Confiemos en que las cábalas se hagan estando salvados. El resto sólo supone alimentar los malos espíritus con una importante dosis de mal gusto, y sortear los turnos, las fichas y el tablero para una nueva edición del juego con fuego. Esperemos no tener que lamentarnos.
Eso sí. Si hay que elegir armas para el combate, no hay duda. Elegimos a Nacho Cases, a Andre Castro y a Miguel de las Cuevas. Si hay que jugar, al menos marquemos las cartas. Con tres ases puede valer. Y con tres puntos también. A por ellos.
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